En las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, a orillas del río Don Diego, frente al fuego, contemplando el sonido salvaje de aves, insectos, culebras y monos aulladores; en medio de árboles centenarios, de palmas de coco, de plátanos y de árboles frutales, leí Un año en los bosques, un libro maravilloso de la bióloga, librera, bibliotecaria y activista por la paz durante la guerra de Vietnam, Sue Hubbell.
Esta mujer, nacida en Michigan en los años cuarenta, cansada de la vida de ciudad, decidió irse a las remotas montañas Ozarks, en el Medio Oeste de Estados Unidos y ahí, en medio de un paisaje campestre y de la soledad, divorciada recientemente y con un hijo adulto viviendo en otro lugar, se dedicó a la apicultura, siendo bautizada por la comunidad con el nombre de la Dama de las Abejas.
A sus 60 años, en una pequeña cabaña que habita con sus perros y que visitan ranas, polillas, arañas, mariposas y aves a diario, se encuentra en paz consigo misma, rodeada de una naturaleza que le da placer y es fuente viva de aprendizajes constantes. Su curiosidad es inagotable y alejada ya de cualquier conocimiento teórico, experimenta la vida del campo y descubre la inteligencia de las flores, de los animales, de la naturaleza; se maravilla con la vida política de las abejas y con su grandiosa forma de habitar el mundo. Y escribe.
El paisaje bucólico en el que disfruté inmensamente la lectura por estaciones de Sue Hubbell se llama el paraíso. Este lugar, un terruñito con apenas una construcción en madera y palma recién levantada en medio de la arena, es un pedacito de vida que mi mamá, Patricia Montañés, hizo suyo apenas hace unos meses.
Este lugar indudablemente hizo eco de las alejadas montañas de los Ozarks pero lo más maravilloso e inspirador durante la lectura fue encontrar a esa mujer guerrera, fuerte, bella e independiente, madre generosa, humanista y naturalista ejemplar al frente mío. O, cómo el estar junto a mi mamá, increiblemente vital y sonriente, hermosa y fuerte, con botas de caucho y machete en mano en medio de veraneras y platanales, macondos y tambores, me hizo dotar de más carácter y personalidad a la mujer sobre la que estaba leyendo.
Mi mamá, quien ha sido bautizada por sus amigos como la Conejita Duracell, persigue a sus 60 años, como fin y sentido de la existencia, lo mismo que las flores: luz, agua, aire y tierra. Y queremos que nos acompañen en el cultivo de esta nueva vida, la verdadera y gran vida.
A muchos de ustedes no los sorprenderá esta invitación a el paraíso, a otros tal vez les parezca algo descabellado y para muchos puede que les sirva de pretexto para salir de la ciudad y aventurarse por un fin de semana para disfrutar de la naturaleza y de los sonidos salvajes, del río y el mar, de la montaña y la selva, de los atardeceres, del canto y los aullidos de la naturaleza, de los colores de las frutas y las flores, de los secretos de la tierra y la montaña sagrada que nos rodea.
A veces nos culpamos de vivir en hedonismo, pensando en el gozo como único sentido de la existencia; entre Andrés, mi mamá y yo nos reímos y nos deseamos una vida que no consista en otra cosa que el disfrute y los viajes. Esperamos que nos acoliten esta invitación y que juntos celebremos por mi mamá, por la naturaleza y por la vida.
"Como nuestra cultura no nos ha asignado ningún papel real, podemos crearlo nosotras mismas. Ésta es una buena época para ser una mujer madura con personalidad, fuerza y agallas. Somos increíblemente libres. Vivimos mucho tiempo. Nuestros hijos son ya adultos independientes en los que los ayudamos a convertirse, y aunque puede que sigan queriendo nuestro amor, no necesitan nuestros cuidados.
Las normas sociales son tan flexibles hoy en día que nada de lo que hagamos resulta chocante. Ya no tenemos barreras políticas. Siempre y cuando conservemos la salud y dispongamos de los medios para tirar adelante, podemos hacer cualquier cosa, tener cualquier cosa e invertir nuestro talento como nos plazca."